06 jun. 2025

O’Leary y la construcción de la versión del incendio del Hospital de Piribebuy

En 1902, O’Leary inicia publicaciones en el diario La Patria de Asunción, consistentes en artículos históricos que resultaron en fuerte polémica con el Dr. Cecilio Báez, su propio maestro. El décimo artículo titulado Piribebuy, fechado 12 de agosto de 1902, bajo el seudónimo de Pompeyo González, contiene la primera mención al caso.

Alegoría a la quema del Hospital de Piribebuy_61216364.jpg

Alegoría a la quema del Hospital de Piribebuy.

“Dijimos al empezar que en el Hospital de Sangre se curaban ochocientos enfermos paraguayos. Pues bien, concluida la matanza, los aliados mandaron cerrar las puertas y las ventanas del hospital incendiándolo enseguida. Los ochocientos enfermos perecieron quemados. Se dice que los legionarios fueron los encargados del incendio”. (Recuerdos de gloria, 68)

Pompeyo O’Leary no se preocupó en determinar la capacidad de recibir a ochocientos enfermos y heridos, solo habló de puertas y ventanas cerradas. El origen de esto es una carta que el capitán Manuel Solalinde, envió a O’Leary, cinco meses antes, el 12 de marzo, que dice:

“... He oído la relación de otros como la muerte cruel de nuestro jefe, el comandante Caballero… Pero el incendio del Hospital de Sangre es lo más salvaje que pueda darse. Los pobres enfermos murieron achicharrados sin poder salvarse” (sic).

Entre la carta de Solalinde de marzo de 1902 y el artículo de agosto del mismo año hay diferencias sustanciales, pues O’Leary publica lo que Solalinde no dijo en su carta y es lo relativo a las puertas cerradas y al número de ochocientos enfermos muertos “achicharrados”. Podemos suponer que la cifra guardaría alguna relación con una cantidad aproximada, pues el cronista del Ejército Imperial Vizconde de Taunay describe el lamentable estado en el que las tropas brasileñas hallaron el poblado de Caacupé el día 15 de agosto y termina hablando de 600 heridos allí depositados. O’Leary cita varias veces a Taunay en sus libros por lo que pudo conocer esa cifra.

En su Libro de los héroes, de 1922, O’Leary confiesa –20 años después– que su primer y único testigo del caso fue Manuel Solalinde y transcribe el texto completo de aquella carta del 12 de marzo de 1902. Pero en ella Solalinde confiesa no haber sido testigo directo de que la orden haya sido dada por D’Eu, dice que solo ha “oído la relación de otros” (sic), lo que es cierto habida cuenta de que estuvo físicamente en otro lugar protegido por el general Mallet y sin ver lo que ocurre con Caballero que está –según varios historiadores– frente a D’Eu, lo que ubica la cuestión en una fuente insegura y desconocida. Como quiera que en la posguerra, O’Leary entrevistó en persona a Solalinde y escuchó de él su relato; el escritor mismo aporta la prueba que Solalinde nunca estuvo frente a D’Eu. O’Leary escribe: El jefe de la artillería (brasileña Gral. Mallet) salvó a Solalinde, verdadero causante de la muerte de Menna Barreto, negándose a entregarlo al ayudante del conde D’Eu, don Eleuterio Correa, que venía a llevarlo al sacrificio” (sic) (12-ago-1902-Recuerdos de gloria, 68).

O’LEARY SE JUEGA POR LA ACUSACIÓN A D’EU

En el libro citado, en el capítulo titulado El príncipe rojo, el escritor acusa a D’Eu y lo inculpa directamente como autor de la orden de quemar el hospital, a pesar de que el segundo testigo que presenta, el padre Fidel Maíz, no lo inculpa en absoluto.

Maíz, basado en la declaración de una matrona de Piribebuy, María Meque, en carta a O’Leary, escribe:

“El incendio, por último, del Hospital de Sangre y que para este acto verdaderamente nefando y de “refinada barbarie”, como usted dice, se cerraron las puertas y ventanas del edificio, con todos los enfermos dentro, y le prendieron fuego… (sic)”.

En la nota de Maíz no se inculpa a D’Eu, vemos que lo que Pompeyo O’Leary creó de la nada, lo de las puertas y ventanas cerradas que Solalinde nunca dijo, lo dice ahora el padre Maíz, cinco años después de que se publicara en La Patria en aquella célebre polémica con el Dr. Cecilio Báez y cuyo eco llegó hasta los confines del Paraguay, incluido Piribebuy donde residía la matrona. Esta cronología indicaría que O’Leary se preocupó en obtener un testigo en 1907 de su versión como Pompeyo González de 1902. En la parte medular de su libro, O’Leary, haciendo referencia a una conferencia que dictó sobre el asunto, escribe:

El príncipe Imperial ha ordenado que se ponga fuego al Hospital de Sangre, para que mueran carbonizados los enfermos que son más de cientos… Si os acercáis a mirar, veréis que en las puertas y ventanas hay centinelas que, a bayonetazos, rechazan a los que quieren escapar. (sic).

En esta versión, la segunda que O’Leary escribe, sin embargo, ya no habla de puertas o ventanas cerradas y selladas para que los enfermos no escapen, ahora están abiertas, y son las bayonetas y soldados aliados los protagonistas y ahora los ochocientos “achicharrados” que dijo ocultándose en un seudónimo (Pompeyo González) ya solo son “más de ciento” (sic) sin especificar cantidad exacta.

OTRO LIBRO EN EL CAMINO

El libro El Mariscal Solano López fue publicado en 1925, tres años después del anteriormente revisado y ahora O’Leary vuelve al caso –escuetamente y casi sin ganas– en los siguientes términos:

El conde D’Eu se vengó de aquellas pérdidas mandando degollar al jefe de Piribebuy, comandante Pedro Pablo Caballero, y a casi todos los heridos. Y como si esto no le pareciera suficiente ordenó que el hospital fuera incendiado, muriendo carbonizados centenares de enfermos…(sic).

La cantidad de carbonizados ahora ya no son cuantificados con exactitud, no habla de los ochocientos que dice la versión de Pompeyo González, ahora O’Leary solo se refiere a “centenares” (sic). La cantidad de ochocientos quemados de 1902 quedó así olvidada.

Claramente, O’Leary creó a su conveniencia el número de muertos, aquellos “ochocientos” o “centenares”, pues sus dos testigos, Solalinde y Maíz, nada dijeron al respecto. Para cuando O’Leary escribe El libro de los héroes, Solalinde y Maíz estaban muertos, mucho más lo estaba la Sra. Meque y no podían decir nada al respecto del número de muertos que, así, queda demostrado que es otra creación de O’Leary en su peculiar “constructo” sobre este suceso. Fue de esta manera que O’Leary elaboró su muy personal versión de los hechos del hospital de Piribebuy en sus tres más importantes obras, la primera en aquellos artículos firmados por Pompeyo González, la segunda con El libro de los héroes, de 1922 y la tercera, El Mariscal Solano López de 1925.

Al final, O’leary hizo una especie de ensalada de versiones en las que tomó algo de Solalinde, algo de la dupla Maíz-Meque, le añadió algunos ingredientes de su propia creación como lo de un Caballero atado y estirado por las extremidades a las ruedas de cañones y el número aproximado de quemados, agregó la autoría de D’Eu y salió a prensa.

El estilo subjetivo y epopéyico de estas obras de O’Leary difiere enormemente del científico, riguroso y objetivo de los historiadores profesionales por lo que nuestro insigne escritor pudo darse el lujo de incluir elementos de juicio que difícilmente pueden ser probados de cara a la objetividad de su versión, incluso es conocida su carta a Badoglio en la que O’Leary reniega de escribir una historia objetiva (Diario Íntimo, Brezzo, 2015).

El incendio del Hospital de Piribebuy no se niega como tampoco las muertes producidas, pero no existe una prueba fáctica para considerarse la autoría voluntaria del caso como un hecho indiscutido, sobre todo habiendo versiones como las de Juan Crisóstomo Centurión e Hilario Amarilla, este último incluso protagonista en Piribebuy, que cuentan otra cosa distinta y contraria sobre este incendio.

Tampoco pueden ser tomados en firme los añadidos que la versión popular le endilgó más tarde a la versión de O’Leary después de publicadas estas dos obras. No se registran, antes de 1922, bibliografía que hable y demuestre los seiscientos quemados entre los muertos en el Hospital de Piribebuy y estamos así ante lo que se da en llamar una leyenda popular que ya alcanzó ribetes de historia oficial cuando en 2022 vimos una Resolución Ministerial (Ministerio de Educación) sobre el título de las promociones de estudiantes egresados de este año y en cuyo considerando se habla de D’Eu y de su orden de cerrar las puertas a cal y canto cuando que este hecho tiene como todo respaldo un testimonio de una persona no protagonista del suceso –Fidel Maíz– no corroborado por otros testigos, ni siquiera del mismo protagonista, Manuel Solalinde.

HISTORIA

La versión de la quema del Hospital de Piribebuy ordenada por Gastón de Orleans, conde de D’Eu, y la muerte del comandante Caballero fue presentada a la sociedad paraguaya en el siglo XX por el reivindicador de Francisco Solano López, el escritor y poeta Juan Emiliano O’Leary. Si bien existirían referencias al incendio previas a las publicaciones de O’Leary no parece, sin embargo, que se lo atribuyan a órdenes del conde.

Más contenido de esta sección
La honorable Cámara de Senadores aprobó sin más trámite el proyecto de ley con media sanción de Diputados que dispone el otorgamiento de la ciudadanía paraguaya honoraria a la irlandesa Elizabeth Alicia Lynch, compañera sentimental del Mariscal Francisco Solano López, y el traslado de sus restos al Panteón Nacional de los Héroes.
En Semana Santa, cuando miles de hogares paraguayos amasan y hornean chipas con manos rituales cada Miércoles Santo, es oportuno detenerse a reflexionar sobre este alimento que es mucho más que comida: La chipa es memoria viva, símbolo sagrado y herencia cultural.
La Guerra del Chaco (1932-1935) fue escenario de numerosos actos de heroísmo y sacrificio, pero también de episodios controversiales que han quedado grabados en la memoria histórica. Uno de los más polémicos fue el fusilamiento de desertores ordenado por el coronel Luis Irrazábal.
Sobre la última exposición de Bettina Brizuela.
En los últimos días, la red social X se llenó de elogios hacia la hospitalidad del pueblo paraguayo, especialmente entre los hinchas argentinos que viajaron para disfrutar de la final de la Copa Sudamericana.