Pensé en esto a propósito de otro tema que la semana pasada se situó fuerte en una audiencia pública sobre el proyecto de ley que propone reducir a 40 horas semanales la jornada laboral en el sector privado.
Actualmente son 48 horas, pero a falta de un órgano eficiente de control –dicen que hay solo 17 inspectores en el Ministerio del Trabajo, Empleo y Seguridad Social–, en muchos sitios se extienden a más tiempo. Más allá de las horas en el trabajo, en realidad, la preocupación preponderante en el debate, en el auditorio del Senado, fue el tiempo de traslado que demanda dirigirse al lugar de empleo.
Para una gran mayoría que utiliza el pésimo servicio de transporte público demanda en promedio 2 horas de ida y otras dos horas de regreso. Incluso para quienes pensaron que hacerse de un medio propio de transporte, ayudaría a reducir ese tiempo, la ingrata realidad es comprobar que muchos han considerado lo mismo: Comprar una motocicleta o un automóvil chilere. De este modo, los atascos en el tráfico se han multiplicado y el caos vehicular se ha ahondado. Esto es agobiante, afecta la calidad de vida, el estado de ánimo y la salud mental.
Preguntarán: ¿Qué tiene que ver esto con la mala educación de los adolescentes y jóvenes?
Y posiblemente es un factor importante que, alguna institución debería investigar. Entretanto, convengamos que la gente sale cada vez más temprano para dirigirse a sus lugares de empleo, intentando vanamente evitar las obstrucciones (embotellamiento) en el tránsito. Pero ahí no acaba. A la hora que fuere que le toque retornar, igual se halla con un tráfico vehicular atorado y agotador.
Esto reduce el tiempo que muchos padres tienen para compartir la dinámica de un hogar, interactuar con los niños, y dedicar a otros espacios y actividades de participación.
Entre semana, algunos prácticamente no ven a sus chicos, porque salen muy temprano de casa y retornan ya cuando estos fueron a la cama. La crianza de sus hijos queda a cargo de otros: abuelos, niñeras, otros de la familia extendida, la televisión y, últimamente, el teléfono móvil con ese mundo infinito de contenidos que si no hay control, puede llevar hacia sitios degradantes y obscuros.
El educar con el ejemplo, poner límites, conversar sobre el día a día, ayudarlos en las tareas y participar de sus actividades escolares son actividades cada vez más difíciles de sostener para muchas familias en las que padre y madre trabajan y cumplen largas cargas horarias. Más aún, cuando un amplio sector se gana la vida en la informalidad.
Entonces, qué bien pensar en reducir la carga horaria. Pero si se contempla a la vez varios factores que deben mejorar ostensiblemente. Comenzando por hacer que el transporte público funcione óptimamente, con horarios precisos y vías rápidas para los buses, para que los ciudadanos no precisen utilizar su vehículo particular y puedan trasladarse con seguridad hasta los puestos laborales y regresar a sus hogares sin contratiempos y rápido.
Muchos de los chicos que llegan a las universidades son víctimas de este sistema tan deshumanizado. El lapso dedicado al trabajo y el que insume el transporte, tienen mucho que ver.
La escuela y el colegio no reemplazan la educación que los niños reciben en el seno familiar. Allí donde se descubren y practican los valores. Se aprende a respetar, a comprender los derechos y a asumir obligaciones. Pero si las cabezas de familia no disponen de tiempo de calidad para cumplir con semejante misión, o para seguir formándose, las universidades seguirán afrontando todo tipo de inconductas de los alumnos que incorporan.