Hoy, ese consuelo empieza a desvanecerse, y así como la Albirroja dejó de ser una de nuestras pocas alegrías, la economía también puede abandonar ese palco de orgullo que ocupaba cuando nos comparábamos con el vecindario.
En el segundo trimestre de 2019, Paraguay fue el único país de América del Sur en exhibir una caída de su producto interno bruto (PIB), al retraerse en 3% interanual (comparado con mismo periodo del año previo).
Si bien los datos publicados recientemente por el Banco Central del Paraguay (B) no incluyen a Bolivia y Ecuador, nos posicionan lejos del líder de la región, Colombia, que llegó a un crecimiento de 3,4% de abril a junio de 2019. Solo para recordar las glorias pasadas, en el primer trimestre de 2017 nos ubicábamos como campeones indiscutidos, con un PIB que avanzaba a un ritmo de 7,8%, casi al doble del siguiente en el ránking, Uruguay, que registraba un crecimiento de 4,1%.
El primer semestre de este año fue el más complicado de la última década, con una “tormenta perfecta” que golpeó a toda la economía paraguaya. El clima se comportó de una manera particularmente adversa, los precios internacionales de nuestros principales productos de exportación también siguen siendo una noticia negativa y el comercio continúa sufriendo la ausencia de los turistas, principalmente argentinos, que años atrás copaban los shoppings y las ciudades de frontera.
Todos estos elementos son de alguna manera incontrolables, es decir, impulsados por factores que escapan del margen de acción de políticas internas. Esta justificación escuchamos continuamente de boca de los gobernantes, como una forma de lavarse las manos ante el colapso de nuestra economía.
Sin embargo, la istración del Estado tiene su cuota de responsabilidad y ya es tiempo de que la reconozca y busque aprender alguna que otra lección. Las construcciones fueron el sector que experimentó la mayor caída en sus niveles de producción en el segundo trimestre de 2019, con una merma de 12%, variación que compartió únicamente con el rubro de electricidad y agua.
En este punto, el Gobierno aportó su dosis de falta de eficiencia y nula capacidad de prever los escenarios desfavorables, pues desde el arranque del segundo semestre del 2018 eran evidentes las señales de desaceleración de la economía, y para enero ya no había dudas respecto a los efectos que arrojaría la sequía. Sin embargo, junio cerraba con una ejecución de apenas el 30% del presupuesto del Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones (MOPC), por citar un ejemplo, y se descartaba un frente que podía haber actuado como un interesante elemento contracíclico.
Además, la debilidad que mostró la presidencia de Mario Abdo Benítez a lo largo de estos meses contribuyó a que el mercado se paralizara ante tanta incertidumbre. El resultado de las señales de falta de liderazgo y alta desprolijidad fue una reducción de 16,4% de las inversiones.
El cambio de posta en el Palacio de López es otro argumento recurrente con el que se pretende explicar parte del desempeño económico desastroso de la primera mitad del 2019. ¿Pero puede un gobierno darse el lujo de desperdiciar un año de gestión solo para acomodarse, más aún cuando sabe que tiene todos los factores económicos en su contra?
Esta es otra muestra de la improvisación y la mediocridad que históricamente retrasaron a nuestro país. Si alguna vez fuimos el milagro económico de Sudamérica, es tiempo de que pasemos a ser el milagro político que coloque de una vez por todas a los más capaces al frente de las instituciones públicas y en lugar de ser campeones en memes y papelones, nos destaquemos por una planificación que nos permita aprovechar los años de bonanza y salir bien parados en los periodos de vacas flacas.