Mi padre nunca dijo si esas personas ganaban poco o mucho dinero. De hecho, nunca le escuché celebrar a alguien porque hubiera hecho fortuna. La cuestión monetaria solo aparecía cuando denostaba contra políticos y burócratas que exhibían sin pudor el fruto de su latrocinio.
Recuerdo la anécdota porque a menudo olvidamos cuán determinante pueden ser para la construcción de una sociedad los modelos de prestigio o de éxito que sus propios celebran. No es que papá celebrara la pobreza, solo que en su escala de valoración hacer dinero, aunque fuera lícitamente, no era lo más importante. Para él, en aquel oscuro momento de la historia, animarse a decir la verdad, suponía el valor de mayor jerarquía.
Me pregunto cuál será hoy ese valor. Si fuera ganar dinero, por ejemplo, ¿cuáles serían los modelos exitosos puestos en vitrina? En casi todo el mundo, hacer fortuna trae aparejado un gran prestigio. La diferencia entre unas sociedades y otras radica quizás en cómo se hacen esas fortunas.
En unas, los modelos de éxito están representados generalmente por el profesional que se formó académicamente, el trabajador que hizo carrera en la empresa, el inversor audaz o el innovador que amasó fortuna ejecutando una gran idea.
En otras, como la nuestra, donde ni la formación ni las ideas son garantía de buenos ingresos, ¿cuál es el modelo de éxito? Lamentablemente, la respuesta la dio el propio presidente Santiago Peña cuando confirmó que lo relevante en el Paraguay es sumarse a la clientela política. Según su infeliz declaración, no importan los títulos, sino la afiliación republicana. El presidente con mayor formación del nuevo siglo destrozó con una sola frase cualquier esfuerzo por instalar la meritocracia.
Y lo peor es que no mintió. El presidente describió exactamente cómo funciona uno de los dos universos que operan en paralelo en nuestro país.
La mayoría vivimos en el universo real donde repetimos más o menos la misma historia. En mi caso, empecé a trabajar en un diario a los 19 años por un cuarto del salario mínimo. Alcanzar un ingreso que me asegure un buen pasar implicó tres décadas y un lustro agotando redacciones y estudios de radio y televisión. Este es un universo en el que nadie te paga por un trabajo que no es redituable, un mundo donde medio millón de trabajadores ni siquiera gana el sueldo mínimo.
Vayamos ahora al paralelo. Es aquel donde, por ejemplo, la sobrina de la pareja del presidente del Congreso, Bachi Núñez, fue contratada y asignada a su oficina con un salario que hoy supera los 9 millones de guaraníes. Ella tiene 18 años y jamás concursó para el cargo. El legislador se desentendió del caso argumentando que no está casado con la tía y que la joven fue contratada en realidad por su colega Beto Ovelar. O sea, debemos creer que, por pura casualidad, Ovelar la vio pasar, la contrató y la destinó justo al despacho del novio de su tía. Y ahora todos le pagamos el salario.
En Paraguay, menos de 200.000 trabajadores tienen un salario como el de la sobrina y la mayoría son como ella, funcionarios públicos que entraron a este mundo de ficción sin concursar, por mero o político. Lamentablemente, este es el modelo que oferta el grupo político que lleva tres cuartos de siglo en el poder, un modelo brutalmente exitoso en términos electorales… y una tragedia para el resto de los paraguayos. Casi celebro que el viejo no esté ya para padecerlo.