El objetivo de una política exterior es defender diplomáticamente los grandes intereses nacionales que son: La supervivencia como nación, la seguridad en sus fronteras, la protección de sus recursos naturales y la integración con otros países en la búsqueda del desarrollo económico y social.
Es fundamental para México su relación con los Estados Unidos, para Israel la paz con sus vecinos, para los países del viejo continente su integración en la Unión Europea.
Para el Paraguay, un país mediterráneo ubicado en el medio de Sudamérica –una región periférica del mundo– su relación con las dos potencias regionales, el Brasil y la Argentina es crucial.
Históricamente, ambos países siempre se disputaron el liderazgo regional. A comienzos del siglo XX el PIB de la Argentina era el doble del Brasil, pero hoy la situación es diferente, el PIB del Brasil es cuatro veces mayor que el de la Argentina.
El Paraguay es uno de los países más pequeños y de menor desarrollo de la región y tiene la gran limitación de ser mediterráneo. Estas condiciones nos obligan a que nuestra política exterior tenga como foco principal el mantener buenas relaciones con nuestros dos grandes vecinos y evitar inmiscuirnos en los grandes conflictos internacionales.
Como decía Sergio Abreu, senador de un país pequeño como es el Uruguay, “el país chico tiene que saber jugar de chico” y no meterse en las peleas de los grandes.
Durante la dictadura de Stroessner y en gran parte de los años de nuestra democracia, la política exterior paraguaya tenía ese enfoque; era “pendular” es decir, nos movíamos entre Brasil y Argentina, buscando beneficios para nuestro país.
Gracias a esa política, en el año 1967 firmamos con Argentina el Tratado de libre navegación de los ríos Paraná y Paraguay que nos aseguró la salida al mar por agua; en el año 1965 el Brasil construyó el puente de la amistad que nos permitió la salida al mar por tierra; en el año 1973 con el Brasil firmamos el Tratado de Itaipú y con la Argentina el de Yacyretá que hizo posible que contáramos con abundante energía; y finalmente en el año 1991 firmamos con ambos países y el Uruguay el Tratado del Mercosur, que con sus imperfecciones, nos permite acceder a ambos grandes mercados.
Con el Gobierno de Peña ha habido un cambio radical en el foco de nuestra política exterior. El eje actual es el alineamiento incondicional con los Estados Unidos de Trump y con el Israel de Netanyahu. Ambos líderes tienen muchísimo rechazo de gran parte de la comunidad internacional.
Trump por su guerra comercial y su política aislacionista y Netanyahu por su guerra en Gaza, donde todos los días vemos imágenes dantescas de los incesantes bombardeos.
El alineamiento total con los Estados Unidos nos lleva a tener enormes problemas con el Brasil, que claramente es una potencia regional con ambiciones globales e integrado a los BRICS, donde están China y Rusia, enemigos mortales de los Estados Unidos.
El alineamiento total con Israel nos lleva a tener problemas con el mundo árabe, que en lo económico son grandes inversores en América Latina y en lo político tienen un ala radical que ya ha realizado atentados terroristas en la región. El alineamiento ahora con Milei que está enfrentado personalmente con Lula, también nos lleva a empeorar las relaciones con el Brasil, la principal economía de la región, principal destino de nuestras exportaciones, principal inversor extranjero y con quien tenemos que negociar el Anexo C de Itaipú.
En nuestra política exterior tenemos que poner como foco principal los grandes intereses nacionales, posponiendo los intereses particulares o los deseos de figuración personal de nuestros dirigentes.
Por eso es necesario, e imperioso, reenfocar nuestra política exterior.