01 jun. 2025

Las grandes mentiras de la nueva era de Trump

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Donald Trump, durante un discurso realizado en campaña.

EFE/ Allison Dinner


Federico Finchelstein

Las primeras semanas de Donald Trump en el gobierno se están desarrollando como era de esperarse, pero eso no significa que sus primeras acciones sean menos llamativas u horribles. En Estados Unidos, a pocos sorprende esta mezcla de mentiras, estupidez y extremismo.
Deportaciones masivas, crisis internacionales (por ejemplo, la disputa y amenazas a Colombia) o la explicación presidencial de que una tragedia aérea se debe a los programas de diversidad son pequeñas muestras de la crisis constante y sonante que promete el trumpismo 2.0.

Como bien saben los expertos en fascismo y populismo, este tipo de líderes suelen utilizar sus primeros días en el poder para restar importancia a la legalidad, aumentar la demonización y, en el caso de los fascistas, o aspirantes a fascistas como Trump, incluso recurrir a la deportación y la persecución. Lo que estamos presenciando es un intento de establecer el tono para hacer aceptable lo que normalmente en las democracias normales se considera inaceptable. Quieren adormecer a la población ante declaraciones idiotas, mentiras de tipo totalitario y acciones impredecibles e ilógicas. En este marco, Latinoamérica parece un terreno fácil para hacer y deshacer. Un ámbito para hacer ruido y promover el espectáculo frente al que no pueden hacer mucho sin enfrentar consecuencias graves para sus economías y políticas internas. Panamá es otro ejemplo de ello. El intercambio surrealista con el presidente colombiano, quien se prestó a sí mismo y a su país a ser manipulado y vapuleado, y el uso de aranceles para negociar espectáculos políticos no económicos demuestran que no se puede contestar con demagogia o populismo. Es necesario pensar programas conjuntos para defender lo propio y no decir cosas por redes sociales.

A diferencia de los fascistas plenos, los primeros días de Trump en el poder también están de alguna manera desarticulados y descoordinados e incluso dominados por la ineficacia e impredecibilidad del líder. Trump claramente no es una persona que piensa con profundidad lo que dice y hace. Este nivel de ignorancia en los círculos más altos del Gobierno de Estados Unidos es, por supuesto, impactante, pero esperado. El conjunto de personajes promovidos para su gabinete presenta un récord trágico de charlatanes y obsecuentes y, sobre todo, carentes de conocimientos.

Pero Trump no hace nada que no dijo que iba a hacer. Prometieron una campaña de conmoción y asombro y su gobierno la continúa como si todo se tratara de un constante plebiscito del que solo participa la mitad de la población. En todo esto, hay un efecto adormecedor en la oposición. Hay fatiga de Trump entre el 48% que votó en contra del líder populista. Y también en los muchos que decidieron no votar en su contra. Trump ganó con el 49% de los votos. Esto, por supuesto, no puede darle legitimidad para ser inconstitucional y, sin embargo, lo intenta. Esto es algo que ellos saben, y por eso consideran tan importantes estas primeras semanas. ¿Groenlandia americana? ¿Golfo de América o la toma del Canal de Panamá? Este es el tipo de cosas que podemos esperar de Trump: propaganda nacionalista extrema y mentiras que posiblemente puedan convertirse en realidad si a nadie más le importa. Con el tiempo, las mentiras se enfrentarán a la realidad y más ciudadanos se enfrentarán a ella. En otras palabras, Trump recibió apoyo debido a promesas falsas y, cuando sea más evidente que no las puede llevar a cabo, su legitimidad disminuirá.

El trumpismo, como luego hizo Jair Bolsonaro en Brasil, aspiró a un golpe de Estado cuando perdió la elección anterior, y esta realidad no puede borrarse mediante nuevos votos o indultos o la falsa reescritura de la historia. Cuando esto sucede, se resta importancia a la democracia y la dictadura se vislumbra en el horizonte. Esto es lo que promueve Trump, las nuevas grandes mentiras de su plena legitimidad.

Por ahora estas primeras semanas nos brindan espectáculos para pensar lo que viene. En este sentido, son profundamente sintomáticos y deben ser profundamente analizados. Decenas de millones de estadounidenses lo desean y se entretienen con ello, pero pasa algo más problemático también. La creencia es exactamente lo que impulsa el culto trumpista. No evidencia, sino creencia. La creencia es clave para esta religión política extrema. Y estos espectáculos, una especie de circo en la Casa Blanca, también son parte de antiguos rituales de violencia y persecución. No es exclusivo de muchos estadounidenses sentirse hipnotizados por estas formas ilógicas de pensamiento y su propaganda y espectáculos. Pero muchos no votaron a Trump por esto, sino por razones económicas. Como pasó en historias previas de extremismos y autoritarismos fascistas y populistas, tarde o temprano muchos de ellos se darán cuenta de que creen en promesas falsas y mentiras. La pregunta es: ¿Qué tan pronto?

Por ahora, reina la mentira. La nueva gran mentira es que Trump ganó de manera aplastante y esto lo autoriza a poner el mundo patas arriba. Esta es la gran confusión que se está promoviendo en estos momentos. En democracia ganar elecciones no da un cheque en blanco para borrar el pasado o la legalidad.

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