El principal factor del caos en nuestras ciudades es la ausencia del Estado. Institución alguna asume responsabilidades ni tiene una mirada integral sobre las realidades que afectan al ciudadano. Además, debido al grave deterioro en la calidad de la representación, se demoran las soluciones a los problemas, pues las autoridades carecen de vocación de servicio y preparación. Vivimos en un caos inevitable, con ciudades que no se planifican, sin servicios eficientes ni gobiernos municipales que se preocupen por el bienestar de los vecinos.
Los autores dicen que como consecuencia “la infraestructura de transporte de la ciudad se encuentra bajo presión”. Hablan de presión y son bastante indulgentes, pues quien conoce el tránsito en estas zonas sabe que se trata de un absoluto caos cotidiano. Este caos nuestro de cada día se debe a los ocho millones de viajes en medios de transporte individuales, vale decir auto o motocicleta.
Los datos grafican la realidad: el 78% de las personas se movilizan en automóvil o motocicleta; un 15% lo hacen en transporte no motorizado, es decir, a pie o en bicicleta y apenas un 7% se desplaza en transporte público. Este caos es el perfecto círculo vicioso de problemas que nunca son resueltos por las autoridades, por lo que cada elemento nuevo en la ecuación aporta a la confusión.
Uno de los puntos fundamentales es el lugar donde residen las personas. La capital expulsó población hacia un cinturón de ciudades que crecieron sin ser planificadas. Esta población vive en lugares que carecen servicios públicos eficientes y que además no satisfacen las necesidades laborales, no tienen escuelas, hospitales ni espacios de recreación. En estas zonas no existen oportunidades de empleo, ese es un factor fundamental.
Precisamente porque residen muy lejos de donde estudian o trabajan, se ven obligadas a transitar largas distancias y el único medio de transporte que les garantiza poder cumplir sus obligaciones es el individual, el auto o la moto. Esto es así porque no existe un sistema de transporte público.
Que nuestras calles estén repletas de vehículos individuales no es una señal de bonanza económica ni de éxito en la vida; significa simplemente que las personas no tienen posibilidades de utilizar un sistema de transporte colectivo, que traslade multitudes de manera barata, cómoda y segura.
Es asimismo señal de fracaso absoluto de la gestión de las autoridades del Gobierno, ya que un país que produce energía limpia (de las hidroeléctricas) no puede depender de los combustibles derivados del petróleo, que son además tremendamente contaminantes. Por eso, los ciudadanos viven un cotidiano calvario al ser s del transporte público: largas horas de espera, en condiciones precarias, bajo el sol o la lluvia, y además los viajes son extensos, costosos y en pésimas condiciones.
Una propuesta gubernamental, el sistema de rápido en Gran Asunción demandará una inversión inicial de USD 180 millones, una ejecución de tres años y una vez más va a priorizar el uso del automóvil por encima de una verdadera reforma del sistema de transporte. Este tipo de soluciones –que nada solucionan– constituyen un insulto a la población que demanda respuestas urgentes y razonables.
El otro rostro de esta problemática son sin duda los accidentes de tránsito, que ya son una verdadera epidemia que está costando miles de vidas y supone una tremenda carga sobre la salud pública.
Los paraguayos merecen tener calidad de vida, y merecen que sus autoridades trabajen más y mejor para ofrecer soluciones verdaderas, cambiando el arcaico sistema de transporte por un buen sistema de movilidad, y istrando mejor los recursos de las ciudades, para que en estas el vecino pueda residir y contar con todos sus servicios cercanos y eficientes para tener calidad de vida.