El hedonismo es una filosofía que considera que el fin último de la vida es el placer y que la valoración moral de la conducta humana debe hacerse con relación a la consecución del placer y la evitación del dolor.
Pretender identificar el placer con el bien es racionalmente insostenible, una barbaridad, porque es evidente que hay placeres destructores del mismo autor que los experimenta, y otros placeres tan inmorales, como sucede con los placeres de los masoquistas y los sádicos.
La filosofía de la posmodernidad, desgraciadamente promovida por poderosos intereses genocidas, afirma frívolamente que lo que caracteriza y realiza al ser humano no es la razón, sino el placer y el sentimiento.
Es obvio que ni la corriente filosófica del hedonismo ni la propuesta hedonista de la posmodernidad son los factores generadores de las adicciones desequilibradas a los placeres violentos activados por grupos importantes de nuestra sociedad, las causas de esta situación social crítica son otras más profundas y complejas, atribuibles a individuos e instituciones. Aludo a las corrientes filosóficas, para mejor comprensión del desafío que propondré al final.
Con la posmodernidad y el fuerte refuerzo del consumismo, en ciertos sectores importantes de nuestra sociedad paraguaya se apoya y posiciona la atracción del hedonismo.
El hedonismo desplaza al amor, como dijo sabiamente el sociólogo polaco Sigmund Bauman, lo liquida, lo convierte en amor líquido; se confunde el amor con el placer sexual y a eso se le llama “hacer el amor”.
Solamente por placer sexual, en nuestro país, cada año se cometen más delitos y crímenes horrendos, como violaciones a mujeres ancianas, adultas, jóvenes, adolescentes y niñas. Crece el número de abusos sexuales también a varones adolescentes y niños. El impacto traumático que están provocando los hedonistas sexuales en nuestra sociedad es inmensurable.
Lo sorprendente es que el hedonismo por pasión sexual desequilibra incluso a personas que, por una hora, media hora o minutos de placer, se juegan y destruyen su carrera profesional y su imagen y estima social.
Por hedonismo se pagan precios muy caros por el placer suicida de las drogas autodestructoras del propio cerebro, del sistema nervioso y de la personalidad, convirtiendo al consumidor en compulsivo dependiente del consumo, con endemia progresiva de su voluntad y la libertad.
Los ciudadanos alcohólicos y drogadictos, si no sanan pronto, son ciudadanos abocados a la marginación de la sociedad y de la vida.
El hedonismo, cuanto más radicalmente extenso e intenso es, más daño causa.
Cuando el hedonismo incluye y se nutre también con el placer del poder, se pervierte la política, que deja de ser servicio al bien común de los ciudadanos para convertir en plataforma de apropiación de beneficios ilegítimos por parte de los políticos y funcionarios corruptos.
En nuestra sociedad es fácil observar que el hedonismo del poder frecuentemente se realimenta con el placer de la acumulación del dinero, un cóctel extraordinariamente poderoso, que potencia el dominio sobre el resto de la sociedad.
Si en nuestra mente se instalan los placeres (corporales y materiales o el prepotente placer del poder para dominar a los demás), como necesidades y deseos prioritarios y obsesivos, entonces hemos caído en las garras del egoísmo y egocentrismo más estériles y antisociales.
Una sociedad cargada de egoístas patológicos y patógenos es una sociedad amenazada vitalmente y consecuentemente necesitada de terapia moral, cultural y social urgentes.